NATALIA GIAVEDONI
Como muchos niños fui la típica a la que siempre le gustó dibujar e iba con su cuadernito a todas partes. Esta afición me acompañó durante toda la infancia y adolescencia, por lo que decidí cursar bachillerato artístico. Y fue ahí donde tuve mi primer contacto con el tatuaje gracias a un compañero que estaba empezando. Hice unas líneas en unas manitas de cerdo y supe que me quería dedicar a esto (aunque todavía faltarían unos años).
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Llegué a Nezumi en el 2013, justo después de terminar Bellas Artes, gracias a una serie de increíbles sincronicidades. Estaba más perdida que un pulpo en un garaje pero pese a todo me aceptaron como aprendiz. En ese momento todavía no se había dado el boom de tatuadores que ocurrió después, principalmente porque se facilitó el acceso a información y material.
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Aunque mi foco siempre estuvo en el tatuaje japonés, nada más poner los pies en el estudio me dejaron muy claro que tenía que aprender a hacer cualquier trabajo que entrara por la puerta. Y si algo les tengo que agradecer es justamente eso. Que me transmitieran el valor del oficio, del cliente satisfecho. El respeto por lo que hacemos así como por la persona que lo recibe.
Como decía, el tatuaje y el arte japonés han sido los de mayor interés para mí desde que empecé, aunque he ido abriéndome a otras influencias como el simbolismo y el arte sagrado tibetano e hindú principalmente.
Me gusta mucho estudiar, investigar y tratar de llegar al fondo de las cosas. Inevitablemente esto me ha llevado al camino de la espiritualidad que, además, está muy conectado al tatuaje aunque actualmente no se suela percibir de esta manera.
Mi intención es poder transmitir la importancia y el poder transformador que tiene el tatuaje, y volver a verlo como lo que es, un ritual sagrado.